Jesús es el bien común

Con respecto al bien común, Ignacio Ellacuría no se enfoca particularmente en este término, pero sí afirma que hay una obligación ética de involucrarse de manera crítica en los procesos a través de los cuales la humanidad va definiendo al mundo y esto se debe hacer tanto desde planteamientos teóricos como en el involucrarse activamente en acciones y procesos para transformar la realidad de manera concreta, sin ambigüedad.

El compromiso de Ellacuría con la justicia social y la liberación en favor de las mayorías populares se alinea con la búsqueda del bien común, aunque Ellacuría no usa de manera explícita ese término en el gran esquema de su planteamiento teológico y filosófico, ya que se concentra más en la lucha a favor de las mayorías populares. Si los que están abajo en la escala social están bien, seguramente que todos estaremos bien. 

La filosofía de Ignacio Ellacuría hace énfasis en la realidad histórica y la necesidad de acciones liberadoras concretas dentro del marco histórico de toda la humanidad. Su trabajo nos ayuda a comprender mejor el bienestar colectivo y la responsabilidad ética que todos tenemos.

En el fondo de los planteamientos de Ignacio Ellacuría se encuentra el Evangelio, el Kerigma, el anuncio de la buena nueva, como se plantea en Lucas 4, 18-23, cuando Jesús plantea que su misión es anunciar la Buena Nueva a los pobres, liberar a los oprimidos y anunciar el año de Gracia del Señor.

Estos son los pasajes bíblicos que impiden que alguien niegue que la fe cristiana y el anuncio del Evangelio conllevan una responsabilidad ética y moral con respecto al bienestar de todas las personas, y en particular de los más pobres, que tienen hambre, que viven humillándose diariamente en trabajos que no les permiten tiempo para desarrollar sus capacidades, ni acceso a oportunidades para educarse, para pasar tiempo de calidad con su familia o para tener incluso una buena salud.

Alguien podrá alegar que es peligroso que Jesús sea manipulado para favorecer ideologías y populismos, pero ciertamente todos nos apegamos de alguna manera a alguna ideología que fundamenta nuestras perspectivas del mundo, y siempre y cuando no estemos ideologizados al punto de no poder analizar de manera crítica nuestras propias ideologías, pues eso es simplemente parte de la realidad humana.

Con respecto a los populismos, éstos en principio son acogidos las grandes mayorías empobrecidas porque les ofrecen soluciones a la situación de miseria que viven, tanto como individuos como a nivel de familias y comunidades, y me parece que el verdadero problema está cuando el populista no cumple o realmente no ha planificado de qué manera administrará los recursos para poder cumplir.

Los cristianos nos debemos todos a los más pobres, en tanto cristianos, y no podemos estar jugando con su esperanza. El que hace propuestas populistas, tiene que estar preparado para cumplirlas.

En todo caso, los cristianos estamos obligados a trabajar en favor de la irrupción del Reino de Dios en este mundo, y esto está establecido de manera explícita en el mensaje del Evangelio.

Jesús no se predicó a sí mismo, sino al Reino de Dios. Esta frase la he retomado de Jon Sobrino y en pocas palabras, nos remite a la complejidad del kerigma, en tanto Jesús en ningún momento afirma que él sea el Reino de Dios, una idea central en el mensaje de Jesús.

Jesús afirma que él es el camino, la verdad y la vida y que nadie llega al Padre si no es por él, y es necesario analizar las veces que Jesús sí se predica, de alguna manera, a sí mismo.

Jesús es el Camino en tanto en él está el camino de salvación, el camino a Dios, y ese camino implica un caminar concreto, en favor de los pobres, de trabajar para que todas las personas tengan una vida digna. Solamente hace falta leer los Evangelios para constatar esto. 

Jesús además es la verdad, en tanto el encuentro con el Cristo crucificado y resucitado implica reconocer la realidad del amor de Dios, su justicia y su misericordia. En la kénosis, en ese hacerse pequeño, se nos revela la realidad de Dios, quién es la divinidad y en cuyo vaciamiento radica su fuerza.

Jesús es también la vida, porque el seguimiento de Jesús lleva a una humanidad realmente floreciente, fundamentada en el amor, la compasión y la solidaridad entre todos, y sobre todo para con los más marginados, para que puedan vivir con dignidad y bienestar.

Entonces, esas cosas que Jesús predica de sí mismo, no son despliegues de egolatría divina, son realmente un Dios que nos dice que ama a su creación, que quiere que ésta esté cada vez mejor y que todos y todas la disfrutemos plenamente por toda la eternidad. 

Los Cristianos afirmamos sin rodeos qué Jesús mismo es y en el se consuma el bien común y el Reino de Dios, pero también para el cristiano es necesario trabajar en favor de la irrupción del Reino de Dios en el mundo, a través de luchas concretas en contra de las estructuras de pecado. Porque los Cristianos conformamos la Iglesia, cuerpo de Cristo en la Historia, y con él, compartimos sus persecuciones, sus heridas, sus estigmas, pero también su amor, el ser hijos de María y es todo eso lo que en nosotros se proyecta, el dolor del Calvario y la dignidad expresada en el Magníficat (Cfr. Lucas 1,46-55 y Filipenses 2,5-11).

Claro que el Reino de Dios no se corresponde con un proyecto político concreto, pero es necesario demoler los proyectos políticos que no favorecen el acceso al desarrollo de capacidades y oportunidades para todos, con igualdad, ni tampoco una justa distribución de la riqueza, ambas condiciones necesarias para un mundo donde todos y todas realmente podamos vivir con la dignidad propia de los hijos e hijas de Dios.

Hay que cuidar que al criticar las ideologías y los populismos no estemos nosotros a la vez ideologizados, proponiendo una versión aguada del sistema económico imperante, que genera desigualdad, inequidad y desventajas con respecto al adecuado acceso a oportunidades de desarrollo humano, salud, alimentación y trabajo digno.

Jesús en ningún momento nos invita a llevar el día a día esperando que el bien común se cumpla plenamente de manera escatológica y mientras tanto hacer simplemente lo que podamos con el tiempo que nos ha sido dado.

La lucha activa en contra de estructuras injustas, que le niegan la dignidad a los seres humanos tiene que ser realmente una actividad continua. No podemos quedarnos esperando a que el Reino de Dios nos venga, está en nuestra naturaleza hacer que irrumpa con acciones concretas en la Historia de la humanidad.

Ciertamente Jesús es fundamento y sustento del bien común, pero para el mismo Jesús y a lo largo de toda la Biblia, el bien común es algo que se manifiesta de manera concreta, y más concretamente de manera social, económica, histórica y no meramente en cuestiones abstractas y espirituales. La justicia expresada en El Reino de Dios no se reduce a una mera expresión piadosa ante el Padre, sino que es una manifestación divina que transforma la creación a  través de nosotros, co-creadores por Gracia de Dios (Cfr. 1 Cor 9-23).

Jesús de Nazaret nos obliga, nos interpela, a pensar de manera concreta en la realidad y a resolver los problemas de la misma. Sí, contemplándolo a él, pero con los pies en la Tierra, con la mirada en el Mundo, haciéndonos cargo, cargando y encargándonos de la realidad al estilo del buen Samaritano.

Ver los signos de los tiempos, si vemos injusticias hacer algo para que dejen de hacer daño y luego tomar medidas concretas en la sociedad, para que las estructuras concretas cambien, para que la sociedad que genera víctimas deje de generarlas de una vez por todas.

Lo anterior muchas veces implicará buscar que no haya grupos privilegiados que acaparen todas las oportunidades, ni se apoderen de todos los bienes sin permitir que otros también puedan acceder a lo necesario para poder desarrollar sus capacidades, tener educación, alimentación y salud con dignidad y de manera adecuada y suficiente.

Entonces, Jesús no se predica a sí mismo, el Reino de Dios es parte central de su predicación, eso es parte de una promesa escatológica que constantemente irrumpe en la historia de la humanidad, esta realidad del Reino de Dios irrumpe a través de nosotros, los seres humanos, co-creadores y colaboradores de Dios en su obra, el Reino de Dios, por lo tanto esto conlleva transformaciones socio-históricas que se traducen en bien común, un bien generalizado para toda la humanidad, vida plena, y por lo tanto es Cristo, con quien Dios en su Gracia nos ha otorgado filiación divina, el bien común absoluto y pleno de toda la humanidad.


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